"JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD - MADRID 2011"

EN ESTE BLOG, PRETENDO RECOGER DESDE EL PRÓXIMO DÍA 1 DE FEBRERO, VISPERA DE LA FESTIVIDAD DE NUESTRA SEÑORA DE LA CANDELARIA, TODOS LOS ACONTECIMIENTOS Y ACTOS QUE SE VAYAN SUCEDIENDO EN LA ORGANIZACIÓN DEL ENCUENTRO MUNDIAL DE LA JUVENTUD, QUE PRESIDIDO POR SU SANTIDAD BENEDICTO XVI, SE CELEBRARÁ EN MADRID EL MES DE AGOSTO DEL PRÓXIMO AÑO 2011.







lunes, 21 de febrero de 2011

EL SANTO VIACRUCIS


El próximo día nueve de Marzo con la celebración del miércoles de ceniza, entramos de lleno en la Cuaresma. Es el tiempo en que rezaremos el Santo Viacrucis.
El próximo mes de Agosto, Madrid será el punto de encuentro de Su Santidad el Papa con los jóvenes del mundo. En las jornadas que se vivirán esos días que marcarán sin duda la vida de nuestros jóvenes habrá un acto muy especial. Se celebrará un Viacrucis en el que se rezarán todas las estaciones que conmemoran el camino de Nuestro Señor Jesucristo hasta el Calvario donde murió crucificado entregando su vida por la redención del mundo.
Este Viacrucis, tendrá un detalle muy especial. Cada una de las estaciones estará representada por uno de los misterios que procesionan por las calles de la geografía española en Semana Santa.
Pero el detalle más importante es el de que todos, El Papa, los jóvenes, los abuelos, los padres nos vamos a encontrar con Jesús en su camino hacia el calvario. Ese camino en el que todos y cada uno de nosotros le pusimos cargándole con la cruz de nuestros pecados, azotándole y mofándonos del El mientras El derrochando por todos los poros de su Cuerpo ese Amor tan grande que nos tiene seguía caminando hacia el Gólgota donde recibiría esa muerte ignominiosa de Cruz que nos daría la vida eterna.
Ese unirnos todos, sin distinción de género, raza o categoría social en el Camino de La Cruz debe marcar nuestro espíritu y debe ser la palanca que nos impulse a abrazar esa Cruz, esperanza suprema de nuestras vidas, dándonos el valor necesario para negarnos a nosotros mismos y abrazar nuestra Cruz y seguirle a El.


PRIMERA ESTACIÓN
Jesús en el Huerto de los Olivos

Lectura del Evangelio según San Lucas. 22, 39-46
Salió Jesús, como de costumbre, al monte de los Olivos;
y lo siguieron los discípulos.
Al llegar al sitio, les dijo: "Orad, para no caer en la tentación".
Él se arrancó de ellos, alejándose como a un tiro de piedra
y, arrodillado, oraba diciendo:
"Padre, si quieres, aparta de mí ese cáliz.
Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya".
Y se le apareció un ángel del cielo que lo animaba.
En medio de su angustia, oraba con más insistencia.
Y le bajaba el sudor a goterones, como de sangre, hasta el suelo.
Y levantándose de la oración, fue hacia sus discípulos,
los encontró dormidos por la pena, y les dijo:
"¿Por qué dormís? Levantaos y orad, para no caer en la tentación".
MEDITACIÓN
Llegado al umbral de su Pascua,
Jesús está en presencia del Padre.
¿Cómo habría podido ser de otra manera,
dado que su diálogo secreto de amor
con el Padre nunca se había interrumpido?
"Ha llegado la hora" (Jn 16, 32);
la hora prevista desde el principio,
anunciada a los discípulos,
que no se parece a ninguna otra,
que contiene y las compendia todas
justo mientras están a punto de cumplirse en los brazos del Padre.
Improvisamente, aquella hora da miedo.
De este miedo no se nos oculta nada.
Pero allí, en el culmen de la angustia,
Jesús se refugia en el Padre con la oración.
En Getsemaní, aquella tarde,
la lucha se convierte en un cuerpo a cuerpo extenuante,
tan áspero que en el rostro de Jesús el sudor se transforma en sangre.
Y Jesús osa por última vez, ante del Padre,
manifestar la turbación que lo invade:
"¡Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz!
Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22, 42).
Dos voluntades se enfrentan por un momento,
para confluir luego en un abandono de amor ya anunciado por Jesús:
"Es necesario que el mundo comprenda que amo al Padre,
y que lo que el Padre me manda, yo lo hago" (Jn 14, 31).

SEGUNDA ESTACIÓN
Jesús, traicionado por Judas, es arrestado

Lectura del Evangelio según San Lucas. 22, 47-48
Todavía estaba hablando, cuando aparece gente:
y los guiaba el llamado Judas,
uno de los Doce. Y se acercó a besar a Jesús.
Jesús le dijo: "Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?"
MEDITACIÓN
Desde la primera vez que se le menciona,
Judas es indicado como
"el mismo que le entregó" (Mt 10, 4; Mc 3, 19; Lc 6, 13);
el trágico apelativo de "traidor"
quedaría unido para siempre a su recuerdo.
¿Cómo pudo llegar a tanto uno que Jesús había elegido
para que lo siguiera de cerca?
Judas, ¿se dejó arrastrar por un amor frutrado a Jesús,
que se volvió en sospecha y resentimiento?
Así lo haría pensar el beso,
gesto que habla de amor,
pero que se convirtió el gesto de entrega de Jesús a los soldados.
¿O fué quizás vícitma de la desilusión ante un Mesías
que huía del papel político de liberador de Israel del dominio extranjero?
Judas no tardaría en percatarse que su sutil chantaje
terminaba en un desastre.
Porque no había deseado la muerte del Mesías,
sino sólo que se recobrase y asumiese una actitud decidida.
Y entonces: vano arrepentimiento de su gesto,
de rechazo al sueldo de la traición (Mt 27, 4),
cediendo a la desesperación.
Cuándo Jesús habla de Judas como "hijo de la perdición",
se limita a recordar que así se cumplía la Escritura (Jn 17, 12).
Un misterio de iniquidad que nos sobrepasa,
pero que no puede superar el misterio de la misericordia.

TERCERA ESTACIÓN
Jesús es condenado por el Sanedrín

Lectura del Evangelio según San Lucas. 22, 66-71
Cuando se hizo de día, se reunió el senado del pueblo,
o sea, sumos sacerdotes y letrados,
y, haciéndole comparecer ante su sanedrín, le dijeron:
"Si tú eres el Mesías, dínoslo".
Él les contestó: "Si os lo digo, no lo vais a creer;
Y si os pregunto, no me vais a responder.
Desde ahora el Hijo del hombre
estará sentado a la derecha de Dios todopoderoso".
Dijeron todos:
Entonces ¿tú eres el Hijo de Dios?".
El les contestó: vosotros lo decís, yo lo soy."
Ellos dijeron: "¿Qué necesidad tenemos ya de testimonios?
Nosotros mismos lo hemos oído de su boca".
MEDITACIÓN
Jesús está sólo ante el sanedrín.
Los discípulos han huído.
Desorientados por la detención a la que alguno
trató de reaccionar con la violencia.
Huído también quien poco antes había exclamado:
"¡Vayamos también nosotros a morir con él!" (Jn 11, 16).
El miedo los ha vencido.
La brutalidad del acontecimiento
ha prevalecido sobre su frágil propósito.
Han cedido, arrastrados por la corriente de la vileza.
Dejan que Jesús afronte, solo, su suerte.
Sin embargo, formaban del círculo de sus íntimos,
Jesús los había llamado sus "amigos""(Jn 15, 15).
Alrededor de él ahora queda sólo una muchedumbre hostil,
concorde en desear su muerte.
Ya otras veces se había cernido la muerte sobre Jesús,
cuando aludía a su origen divino.
Ya otras veces, quien lo escuchaba había intentado apedrearlo.
"No por ninguna obra buena -afirmaban-, sino por la blasfemia,
porque tú, que eres hombre, te haces Dios" (Jn 10, 33).
Ahora el sumo sacerdote le apremia
a declarar ante a todos si es o no Hijo de Dios.
Jesús no rehúsa: lo confirma con la misma gravedad.
Firma así la propia condena a muerte.

CUARTA ESTACIÓN
Jesús es negado por Pedro

Lectura del Evangelio según San Lucas. 22, 54b-62
Pedro lo seguía desde lejos.
Los soldados, encendieron un fuego en medio del patio,
se sentaron alrededor, y Pedro se sentó entre ellos.
Al verlo una criada sentado junto a la lumbre,
se le quedó mirando y le dijo:
"También éste estaba con él".
Pero él lo negó diciendo: "No lo conozco, mujer".
Poco después lo vio otro y le dijo: "Tú también eres uno de ellos".
Pedro replicó: "Hombre, no lo soy".
Pasada cosa de una hora, otro insistía:
"Sin duda, también éste estaba con él, porque es galileo".
Pedro contestó: "Hombre, no sé de qué hablas".
Y estaba todavía hablando cuando cantó un gallo.
El Señor, volviéndose, le echó una mirada a Pedro,
y Pedro se acordó de la palabra que el Señor le había dicho:
"Antes de que cante hoy el gallo, me negarás tres veces".
Y, saliendo afuera, lloró amargamente.
MEDITACIÓN
De los discípulos que había huídos, regresan dos,
siguiendo a distancia a los soldados y a su prisionero.
Movido por una especie de curiosidad,
quizás por no darse cuenta del riesgo.
Pedro no tarda en ser reconocido:
lo delata el acento galileo
y el testimonio de quién lo ha visto
desenvainar la espada en el huerto de los Olivos.
Pedro se refugia en la mentira: niega todo.
No se percata de que así reniega de su Señor,
desmiente sus ardientes declaraciones de fidelidad absoluta.
No entiende que así niega también su propia identidad.
Pero un gallo canta, Jesús se vuelve,
dirige su mirada a Pedro y da sentido a aquel canto.
Pedro entiende y rompe en lágrimas.
Lágrimas amargas, pero endulzadas por el recuerdo
de las palabras de Jesús:
"No he venido para condenar, sino para salvar" (Jn 12, 47).
Ahora le reitera aquella mirada de "ternura y piedad",
la misma mirada del Padre "lento a la cólera y grande en el amor",
"qué no nos trata según nuestros pecados,
no nos paga conforme a nuestras culpas" (Sal 103, 8.10).
Pedro se sumerge en aquella mirada.
En la mañana de Pascua
las lágrimas de Pedro serán lágrimas de alegría.
QUINTA ESTACIÓN
Jesús es juzgado por Pilatos

Lectura del Evangelio según San Lucas. 23, 13-25
Pilatos, convocando a los sumos sacerdotes,
a las autoridades y al pueblo, les dijo:
Me habéis traído a este hombre, alegando que alborota al pueblo;
y resulta que yo lo he interrogado delante de vosotros,
y no he encontrado en este hombre
ninguna de las culpas que le imputáis;
ni Herodes tampoco, porque nos lo ha remitido:
Ya veis que nada digno de muerte se le ha probado.
Así que le daré un escarmiento y lo soltaré.
Por la fiesta tenía que soltarles a uno. Ellos vociferaron en masa diciendo:
"¡Fuera ése! ¡Suéltanos a Barrabás!."
A éste lo habían metido en la cárcel
por una revuelta en la ciudad y un homicidio.
Pilatos volvió a dirigirles la palabra con intención de soltar a Jesús.
Pero ellos seguían gritando: "¡Crucifícalo, crucifíacalo!".
Él les dijo por tercera vez:
Pues, ¿qué mal ha hecho éste?
No he encontrado en él ningún delito que merezca la muerte.
Así que le daré un escarmiento y lo soltaré.
Ellos se le echaban encima pidiendo a gritos que lo crucificara;
e iba creciendo el griterío.
Pilato decidió que se cumpliera su petición: soltó al que pedían.
(al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio)
y a Jesús se lo entregó a su arbitrio.
MEDITACIÓN
Un hombre sin culpa alguna está ante Pilatos.
La ley y el derecho lo dejan al albitrio de un poder totalitario
que busca el consenso de la muchedumbre.
En un mundo injusto, el justo acaba siendo rechazado y condenado.
Viva el homicida, muera el que da la vida.
Si liberas a Barrabás, el bandolero llamado "hijo del Padre",
se crucifique al que ha revelado al Padre
y es el verdadero Hijo del Padre.
Otros, no Jesús, son los hostigadores del pueblo.
Otros, no Jesús, han hecho lo que está mal a los ojos de Dios.
Pero el poder teme por su propia autoridad,
renuncia a la autoridad que le viene de hacer lo que es justo,
y abdica.
Pilatos, la autoridad que tiene poder de vida y muerte,
Pilatos, que no titubeó en ahogar en la sangre
los focos de la revuelta (Lc 13, 1)
Pilatos, que gobernaba con puño de hierro
aquella oscura provincia del imperio, soñando poderres más vastos,
abdica,
entrega a un inocente, y con ello la propia autoridad,
a una muchedumbre vociferante.
El que en el silencio se entregó a la voluntad del Padre
es de este modo abandonado a la voluntad de quien grita más fuerte.

SEXTA ESTACIÓN
Jesús es flagelado y coronado de espinas

Lectura del S. Evangelio según Lucas y según S. Juan
Lc 22, 63-65 y Jn 19, 2-3
Los hombres que sujetaban a Jesús
se burlaban de él dándole golpes.
Y tapándole la cara, le preguntaban:
"Haz de profeta: ¿quién te ha pegado?"
Y proferían contra él otros muchos insultos.
Los soldados trenzaron una corona de espinas,
se la pusieron en la cabeza
y le echaron por encima un manto color púrpura;
y acercándose a él le decían:
"¡Salve, rey de los judíos!"
MEDITACIÓN
A la condena inicua se añade el ultraje de la flagelación.
Entregado en manos de los hombres, el cuerpo de Jesús es desfigurado.
Aquel cuerpo nacido de la Virgen Maria,
qué hizo de Jesús "el más bello de los hijos de Adán",
qué dispensó la unción de la Palabra
- "la gracia está derramada en tus labios" (Sal 45, 3)-,
ahora es golpeado cruelmente por el látigo.
El rostro transfigurado en el Tabor es desfigurado en el pretorio:
rostro de quién, insultado, no responde;
de quién, golpeado, perdona;
de quién, hecho esclavo sin nombre,
libera a cuantos sufen la esclavitud.
Jesús camina decididamente por la vía del dolor,
cumpliendo en carne viva, hecha viva voz, la profecía de Isaías:
"Ofrecí la espalda a los que me golpeaban,
la mejilla a los que mesaban mi barba.
No oculté el rostro a insultos y salivazos" (Is 50, 6).
Profecía que se abre a un futuro de transfiguración.

SÉPTIMA ESTACIÓN
Jesús cargado con la cruz

Lectura del Evangelio según San Marcos. 5, 20
Terminada la burla,
le quitaron la púrpura
y le pusieron su ropa,
Y lo sacaron
para crucificarlo.
MEDITACIÓN
Fuera.
El justo injustamente condenado tiene que morir fuera:
fuera del campamento, fuera de la ciudad santa,
fuera de la sociedad humna.
Los soldados lo desnudany lo visten:
Él ya no puede disponer tampoco del propio cuerpo.
Le cargan sobre los hombros un palo, trozo pesado del patíbulo,
señal de maldición e instrumento de ejecución capital.
Madero de infamia,
que pesa, carga extenuante, sobre las espaldas llagadas de Jesús.
El odio que lo impregna hace insoportable el peso.
Sin embargo aquel madero de la cruz es rescatado por Jesús,
se convierte en la señal de una vida vivida
y ofrecida por amor a los hombres.
Según la tradición, Jesús vacila,
por tres veces caerá bajo aquel peso.
Jesús no ha puesto límites a su amor:
"habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1).
Obediente a la palabra del Padre
-"Amarás al Señor tú Dios con todas tus fuerzas" (Dt 6, 5)-
Dios ha amado y ha cumplido su voluntad hasta el extremo.

OCTAVA ESTACIÓN
Jesús es ayudado por el Cirineo a llevar la Cruz

Del Evangelio según san Marcos 15, 21
A uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz de Jesús.
MEDITACIÓN
Simón de Cirene venía del campo. Se tropezó con el cortejo de muerte y lo forzaron a llevar la cruz juntamente con Jesús.
En un segundo momento, él corroboró este servicio, se mostró feliz de haber podido ayudar al pobre Condenado y llegó a ser uno de los discípulos en la Iglesia primitiva. Seguramente fue objeto de admiración y casi de envidia por la suerte especial de haber ayudado a Jesús en sus sufrimientos.

NOVENA ESTACIÓN
Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén

Lectura del Evangelio según San Lucas. 23, 27-31
Lo seguía un gran gentío del pueblo
y de mujeres que se daban golpes y lanzaban lamentos por él.
Jesús se volvió hacia ellas y les dijo:
"Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí,
llorad por vosotras y por vuestros hijos,
porque mirad, llegará el día que dirán:
Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz
y los pechos que no han criado.
Entonces empezarán a decirles a los montes:
¡Desplomaos sobre nosotros! y a las colinas: ¡Sepultadnos!
porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?".
MEDITACIÓN
El cortejo del condenado avanza.
Por escolta: soldados y un puñado de mujeres llorando,
mujeres venidas de Galilea a la ciudad santa con él y los discípulos.
Conocen a aquel hombre.
Han escuchado su palabra de vida,
lo aman como maestro y profeta.
¿Esperaban que fuese el liberador de Israel? (Lc 24, 21).
No lo sabemos, pero ahora lloran a aquel hombre
como se llora a una persona querida,
como él lloró al amigo Lázaro.
Él las une a su sufrimiento,
una nueva luz ilumina su dolor.
La voz de Jesús habla de juicio,
pero llama a la conversión;
anuncia dolores,
pero como dolores de parturienta.
El madero verde recobrará la vida
y el leño seco será partícipe de ello.

DÉCIMA ESTACIÓN
Jesús es crucificado

Lectura del Evangelio según San Lucas. 23, 33. 47b
Cuando llegaron al lugar llamado "La Calavera",
lo crucificaron allí, a él y a los dos malhechores,
uno a la derecha y otro a la izquierda.
El centurión daba gloria a Dios diciendo:
"Realmente, este hombre era justo".
MEDITACIÓN
Una colina fuera de la ciudad, un abismo de dolor y humillación.
Levantado entre cielo y tierra está un hombre:
clavado en la cruz,
suplicio reservado a los malditos de Dios y de los hombres.
Junto a él otros condenados
que no son dignos ya del nombre de hombre.
Sin embargo Jesús,
que siente que su espíritu lo abandona,
no abandona a los otros hombres,
extiende los brazos para acoger a todos,
al que nadie quiere ya acoger.
Desfigurado por el dolor,
marcado por los ultrajes,
el rostro de aquel hombre
le habla al hombre de otra justicia.
Derrotado, burlado, denigrado,
aquel condenado devuelve la dignidad a todo hombre:
a tanto dolor puede llevar el amor,
de tanto amor viene el rescate de todo dolor.
"Verdaderamente aquel hombre era justo" (Lc 23, 47b).

UNDÉCIMA ESTACIÓN
Jesús promete su reino al buen ladrón

Del Evangelio según san Lucas 23, 39-43
Uno de los malhechores colgados en la cruz le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!». Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu Reino». Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».
MEDITACIÓN
Transcurren los minutos de la agonía y la energía vital de Jesús crucificado se está atenuando lentamente. Sin embargo, aún tiene la fuerza para realizar un último acto de amor en favor de uno de los dos condenados a la pena capital que se encuentran a su lado en esos instantes trágicos, mientras el sol está aún en lo alto del cielo. Entre Cristo y aquel hombre tiene lugar un diálogo tenue, compuesto por dos frases esenciales.
Por un lado, está la petición del malhechor, al que la tradición llama «el buen ladrón», el convertido en la hora extrema de su vida: «Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu Reino». En cierto sentido, es como si aquel hombre rezara una versión personal del «Padre nuestro» y de la invocación: «Venga tu Reino». Sin embargo, hace la petición directamente a Jesús, llamándolo por su nombre, un nombre con un significado luminoso en ese instante: «El Señor salva». Luego viene el imperativo: «Acuérdate de mí». En el lenguaje de la Biblia este verbo tiene una fuerza particular, que no corresponde a nuestro pálido «recuerdo». Es una palabra de certeza y de confianza, como para decir: «Tómame a tu cargo, no me abandones, sé como el amigo que sostiene y apoya».

DUODÉCIMA ESTACIÓN
Jesús en la Cruz, la Madre y el Discípulo

Lectura del Evangelio según San Juan 9, 25-27
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre,
la hermana de su madre, María de Cleofás y María la Magdalena.
Jesús, al ver a su madre, y cerca al discípulo que tanto quería,
dijo a su madre: "Mujer, ahí tienes a tu hijo".
Luego dijo al discípulo: "Ahí tienes a tu madre!"
Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.
MEDITACIÓN
Alrededor de la cruz, gritos de odio,
a los pies de la cruz, presencias de amor.
Está allí, firme, la madre de Jesús.
Con ella otras mujeres,
undas en el amor alrededor del moribundo.
Cerca, el discípulo amado, no otros.
Sólo el amor ha sabido superar todos los obstáculos,
sólo el amor ha perseverado hasta al final,
sólo el amor engendra otro amor.
Y allí, a los pies de la cruz, nace una nueva comunidad,
allí, en el lugar de la muerte, surge un nuevo espacio de vida:
María acoge al discípulo como hijo,
el discípulo amado acoge a María como madre.
"La tomó consigo entre sus cosas más queridas" (Jn 19, 27)
tesoro inalienable del cual se hizo custodio.
Sólo el amor puede custodiar el amor,
sólo el amor es más fuerte que la muerte (Ct 8, 6).
DUODÉCIMA ESTACIÓN
Jesús muere en la cruz

Lectura del Evangelio según San Juan 19, 19-20
Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos». Leyeron el letrero muchos judíos, estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús y estaba escrito en hebreo, latín y griego.
Del Evangelio según San Mateo 27, 45-50. 54
Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde Jesús gritó: «Elí, Elí lamá sabaktaní», es decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» Al oírlo algunos de los que estaban por allí dijeron: «A Elías llama éste». Uno de ellos fue corriendo; enseguida cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber. Los demás decían: «Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo». Jesús, dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu. El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba dijeron aterrorizados: «Realmente éste era Hijo de Dios».

MEDITACIÓN
Sobre la cruz –en las dos lenguas del mundo de entonces, el griego y el latín, y en la lengua del pueblo elegido, el hebreo– está escrito quien es Jesús: el Rey de los judíos, el Hijo prometido de David. Pilato, el juez injusto, ha sido profeta a su pesar. Ante la opinión pública mundial se proclama la realeza de Jesús. Él mismo había declinado el título de Mesías porque habría dado a entender una idea errónea, humana, de poder y salvación. Pero ahora el título puede aparecer escrito públicamente encima del Crucificado. Efectivamente, él es verdaderamente el rey del mundo. Ahora ha sido realmente «ensalzado». En su descendimiento, ascendió. Ahora ha cumplido radicalmente el mandamiento del amor, ha cumplido el ofrecimiento de sí mismo y, de este modo, manifiesta al verdadero Dios, al Dios que es amor. Ahora sabemos que es Dios. Sabemos cómo es la verdadera realeza. Jesús recita el Salmo 21, que comienza con estas palabras: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Sal 21, 2). Asume en sí a todo el Israel sufriente, a toda la humanidad que padece, el drama de la oscuridad de Dios, manifestando de este modo a Dios justamente donde parece estar definitivamente vencido y ausente. La cruz de Jesús es un acontecimiento cósmico. El mundo se oscurece cuando el Hijo de Dios padece la muerte. La tierra tiembla. Y junto a la cruz nace la Iglesia en el ámbito de los paganos. El centurión romano reconoce y entiende que Jesús es el Hijo de Dios. Desde la cruz, él triunfa siempre de nuevo.

DECIMOCUARTA ESTACIÓN
Jesús es colocado en el sepulcro

Lectura del Evangelio según San Lucas. 23, 50-54
Un hombre llamado José,
que era senador, hombre bueno y honrado,
(que no había votado a favor de la decisión y del crimen de ellos),
que era natural de Arimatea y que aguardaba el Reino de Dios,
acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús.
Y, bajándolo, lo envolvió en una sábana
y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca,
donde no habían puesto a nadie todavía.
Era el día de la Preparación y rayaba el sábado.
MEDITACIÓN
Primeras luces del sábado.
El que era luz del mundo baja al reino de las tinieblas.
El cuerpo de Jesús es tragado por la tierra,
y con él es tragada toda esperanza.
Pero su descendimiento al lugar de los muertos
no es para la muerte sino para la vida.
Es para reducir a la impotencia al que detentaba el poder sobre la muerte, el diablo (Hb 2, 14),
para destruir al último adversario del hombre,
la muerte misma (1Co 15, 26),
para hacer resplandecer la vida y la inmortalidad (2 Tm 1, 10),
para anunciar la buena nueva a los espíritus prisioneros (1 P 3, 19).
Jesús se humilla hasta alcanzar a la primera pareja humana,
Adán y Eva, aplastados bajo el peso de su culpa.
Jesús les tiende la mano,
y su rostro se ilumina con la gloria de la resurrección.
El primer Adán y el Último se parecen y se reconocen;
el primero halla la popia imagen
en aquél que un día debía venir
a liberarlo junto con todos los demás hijos (Gn 1, 26).
Aquel Día ha llegado finalmente.
Ahora en Jesús, cada muerte puede, desde aquel momento, desembocar en la vida.

Que la contemplación de este camino redentor de Jesús nos ayude a seguirle siempre, siempre, siempre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario